top of page

ÁNIMO DE LUCRO Y DAÑO AMBIENTAL



La gente excesivamente pragmática suele pensar que las ideas no tienen ninguna relevancia en el mundo de los hechos, y que el mundo real es un mundo de sucesos, no de teorías. Pero para saber cuánto puede una idea penetrar y moldear el mundo de los hechos, sólo hay que recordar a Edward Bernays, el esclarecido sobrino de Freud que, utilizando las técnicas psicoanalíticas de su tío, sentó las bases de la sociedad del derroche y supo entronizar la idea de que la felicidad se consigue a través del consumo, demostrando palmariamente que nuestras mentes son dominadas por ideas de hombres que nunca conoceremos.

 

Aún recuerdo el día en que, con ocasión de una exposición sobre la creación de una empresa sostenible, de pie y frente a todo el salón de clase, un grupo de estudiantes comenzó su intervención con una afirmación tajante: “como todos sabemos el objetivo de una empresa es hacer dinero”. De inmediato adelanté mi cabeza por encima del escritorio y exclamé: ¿Cómo puede ser? ¿Acaso el objetivo de una empresa no es hacer un determinado producto o servicio? ¿No es el objetivo de una empresa de calzado, de electrodomésticos, o de muebles, hacer zapatos, electrodomésticos y muebles respectivamente? En sana lógica, la única empresa que puede tener por objetivo hacer dinero es la casa de la moneda, es decir, la empresa encargada de fabricar los billetes en un determinado país, señalé jocosamente. Para ellos sí es absolutamente razonable decir que su objetivo es hacer dinero.

 

Los estudiantes se miraron atónitos como si por primera vez se estuviera cuestionando lo que con devoción les habían enseñado durante toda su carrera, y me interpelaron diciendo que todo el mundo quiere y necesita dinero, y que nadie pone una empresa para regalar sus productos. Ciertamente, repliqué yo. Pero cobrar por un bien o servicio no es lo mismo que tener ánimo de lucro. Veamos.

 

Cuando una empresa se constituye como empresa, enuncia cuál va a ser su quehacer dentro de la sociedad y lo que valida su existencia en el conglomerado social. Tomemos como ejemplo una empresa de calzado X. Hacer zapatos es la razón de ser de la empresa X, para eso se constituyó. Sobra decir que tiene que cobrar por ejecutar ese bien, por fabricar ese calzado, pues de no hacerlo simplemente sería inviable económicamente hablando, o sería una empresa de beneficencia puesta en marcha por un filántropo o grupo de filántropos acaudalados y deseosos de hacer zapatos gratis. Algo muy distinto a lo que llamamos hacer empresa. Las empresas tienen que cobrar por los bienes y servicios que ejecutan, ese cobro precisamente les permite poder funcionar. Si no cobraran ¿Cómo pagarían alquileres, maquinaría, insumos, empleados y la propia manutención de sus socios?

 

Pero decir que se va a cobrar dinero por un quehacer, es absolutamente distinto a decir que uno tiene ese quehacer para hacer dinero. Es diferente fabricar un producto como técnica y razonablemente se piensa que se debe hacer y después venderlo al mejor precio, que fabricarlo pensando de entrada en que se tiene que obtener el mayor rédito económico de él; valga decir, una cosa es producir enfocado en el producto, y otra muy distinta producir enfocado en la ganancia; porque en el primer caso, lo importante es el producto y hacerlo según los estándares que su fabricante considera correctos, mientras que en el segundo, lo importante es el provecho económico que se va a obtener a través de él, así que los estándares, las características y la concepción misma del producto queda condicionada a que proporcione lucro. No estamos diciendo entonces que una empresa no pueda cobrar por los bienes o servicios que ejecuta, incluso precios muy elevados; lo que estamos diciendo es que al enunciar que se ha constituido para hacer dinero, esto es, que tiene ánimo de lucro, lo que está diciendo es que su quehacer, su misión empresarial no es su objetivo primordial, sino un simple medio para la obtención de dinero lo que, sin duda, extravía los objetivos empresariales que dejan de ser el fin y se convierten en el medio.

 

Nadie piensa que en una idea como esta haya algo raro, irregular o pernicioso. De hecho, se enseña en las universidades como una doctrina intelectualmente aceptable y socialmente deseable. Se suele creer que no hay nada malo en supeditar la misión de la empresa al objetivo del lucro, y todo el mundo se lanza a crear empresas que generen dinero por medio de tal o cual bien o servicio, creyendo que pueden satisfacerse ambos objetivos. Pero quizás aquí, como en ningún otro ámbito, cobre tanto sentido la enseñanza bíblica de que no se puede servir a dos señores porque se acabará amando al uno y odiando al otro. Es evidente que donde el objetivo empresarial -el bien o servicio ofrecido- se pone como medio para la obtención de lucro, ya están dadas las condiciones para descarriar la misión empresarial, con todos los corolarios que ello conlleva.

 

Y así es como vemos crecer la competencia desleal entre compañías del mismo ramo, y vemos también la creciente precarización de las condiciones laborales, y observamos el abaratamiento de costos de producción a niveles imposibles porque obviamente es más fácil vender algo barato que algo costoso, y entonces hay que relajar los estándares de producción al punto de producir baratijas a precios caricaturescos para que la gente pueda comprarlas asiduamente y el capital aumente conforme los objetivos de lucro de la empresa. Y se trasgreden los límites de la honestidad y de la buena fe en el comercio, y entonces vemos que los empaques de los productos son tres veces mayores que su contenido neto para inducir a engaño al comprador, y vemos edificaciones que colapsan por ahorro en los materiales o en la mano de obra, y automóviles cuyos costosos repuestos se tienen que cambiar con apenas un par de años de uso, y alimentos preparados con insumos nocivos porque son más baratos, sin que importe su impacto en la salud de los consumidores. De suerte que el producto o servicio que nominalmente era el objetivo de la empresa se va quedando en un segundo plano, y ya no importa hacerlo bien sino aparentar que se está haciendo bien; y entonces queda claro que se ama el dinero y se odia el producto, que al haber colocado el bien o servicio como medio del capital, ha sido preciso traicionar la misión empresarial.

 

Así que la empresa olvida que su misión, su quehacer dentro de la sociedad era satisfacer las necesidades de seguridad, transporte, abrigo y comunicación de la gente por medio de casas, automóviles, vestuario y teléfonos robustos, confiables y duraderos, y la economía se vuelve absolutamente precaria e incierta; tan precaria que el consumidor de hoy no sabe escoger entre un producto de antaño y otro recién fabricado. No quiere el antiguo porque ya no es funcional o porque la fatiga de los materiales lo ha hecho inviable; pero tampoco quiere el nuevo porque teme que el abaratamiento de los costos empleados no le garantice la solidez y calidad que como consumidor espera, haciéndole perder su inversión. Es una tragedia social y económica que hace ya décadas empezó a ser también ambiental, porque esa idea de que una empresa debe producir dinero y no estrictamente funcionar para cumplir sus objetivos empresariales como en sana lógica debería ser, precarizó tanto el mundo empresarial, que acabó por inocular en nosotros una idea tan extraña y estrafalaria como la idea de las cosas desechables, de que no sólo no hay que fabricar cosas duraderas sino que se pueden fabricar deliberadamente provisionales, listas para usar y botar.

 

¿Cuánto ha trepanado nuestras mentes una idea como esa? Es difícil decirlo. Hay quienes se atreven incluso a hablar de seres humanos desechables y a considerar las relaciones interpersonales bajo la simple óptica de la utilidad, la relación durará lo que dure la posibilidad de obtener beneficio, sin que quepan otros valores como la lealtad o la solidaridad. Cada cual podrá sacar sus propias conclusiones respecto a lo que significa una relación de ese tipo con el mundo y con las cosas. Por lo que a este espacio respecta, sólo quisiéramos recalcar que la idea de lo desechable es con mucho, la responsable de buena parte del creciente daño a la naturaleza. La mayoría de nosotros es testigo de la insufrible multiplicación de desechos y basura a todo lo largo y ancho del globo terráqueo; fotografías realmente dramáticas de animales envueltos en bolsas y redes con sus vientres llenos de plástico, las arenas de los desiertos atestadas de ropa vieja e incluso nueva con etiquetas de fábrica, los rellenos sanitarios a reventar, causando todo tipo de enfermedades y emergencias, cementerios de residuos electrónicos en poblaciones marginadas, mares y océanos con enormes derrames de petróleo, y gases pestilentes inundando la atmósfera.


Los daños que la cultura del desechable y de su distribución masiva y globalizada han generado en los ecosistemas son incalculables, y se requiere mucha voluntad, entereza, trabajo y capacidad técnica para reversar, en la medida de las posibilidades, su infortunado y nefasto impacto. Lo más paradójico de todo es que se trata de un daño totalmente prescindible, porque independientemente de dónde se haya originado la idea de que una empresa tiene que producir lucro, es evidente que es una idea absurda y gratuita; absurda porque convierte en fin lo que no puede ser sino medio: nadie quiere el dinero por sí mismo sino por la vida cómoda que puede proporcionar, pero con frecuencia se sacrifica ésta por ir en pos de acumularlo, trastocando el orden lógico de las cosas; y gratuita porque el lucro no es en absoluto necesario para la instauración y funcionamiento de una empresa exitosa, y lejos de haber traído algo positivo al mundo del trabajo, el crecimiento personal y la naturaleza, ha acabado por envenenar la misión empresarial, las relaciones sociales y nuestro hogar originario.

 

Qué respiro tan grande le daríamos a la Tierra si volviéramos a recuperar el ethos del trabajo, el orgullo de ser buenos artesanos, buenos profesionales, buenos empresarios. Cuánto alivio no le daríamos a la naturaleza si hiciéramos nuevamente las cosas para durar, para pasar de generación en generación, para integrarse sanamente al suelo cuando acaben su vida útil. Ello pasa por una transformación radical en las mentes y corazones de quienes tienen la capacidad y posibilidad de hacer empresa. En La red sin residuos proponemos construir compañías que, en lugar de tener ánimo de lucro, tengan ánimo de servicio; y el dinero que produzcan sea el resultado de satisfacer a sus clientes, mejorar la sociedad, y cuidar la naturaleza. Por supuesto, esa idea implica empezar desde cero para muchas empresas, repensar su razón de ser y el objetivo para el que fueron creadas. No se puede ser un buen empresario si no se está absolutamente enamorado de la idea que se quiere sacar avante en la sociedad, si no se cree irrestrictamente en ella independientemente de cuánto dinero proporcione. Ese es el mejor antídoto contra el afán de lucro y sus calamitosas consecuencias. Es un reto, por supuesto, todo cambio lo es; pero ese cambio es a mi modo de ver no sólo una garantía para la conservación de la Tierra sino para la construcción de una vida más plena de significado.

Comments


Commenting has been turned off.
La red sin residuos LOGO (3).png

Contacto
Marta Restrepo
Whatsapp: +57 314 805 9905

La presente es una página de coaching ambiental guiada por un interés principalmente pedagógico. Las ideas y estrategias expresadas aquí son de carácter gratuito y su único propósito es cooperar en el logro de una sociedad ambientalmente sostenible; por ende, su puesta en marcha es responsabilidad y corre por entera cuenta de quien quiera materializarlas.

© 2024 La Red Sin Residuos. Todos los derechos reservados.

bottom of page