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LO QUE NADA NOS CUESTA.... VOLVÁMOSLO FIESTA!

Updated: Jun 4



¿Has visto gente que en lugar de tomar una servilleta en un restaurante toma la docena entera, o se envuelve las manos en largas tiras de papel higiénico para entrar al baño en un centro comercial? Siempre me pregunto si hacen lo mismo en sus casas, o allí resultan ser un poco más mesurados en el gasto. Lo que nada nos cuesta volvámoslo fiesta era un estribillo repetido con frecuencia por madres y abuelas para reprender nuestro descuido a la hora de tratar los recursos comunes o las pertenencias ajenas que, precisamente por ser ajenas, no siempre eran tratadas con el esmero debido.


En realidad, el despilfarro de recursos es un hábito tan extendido, que se puede apreciar en cualquier estrato socioeconómico tanto a nivel individual como grupal sin que importe mucho si los recursos son propios o ajenos. Tiene lugar en el consumo personal, en la vida familiar, en los presupuestos de las empresas y en el corriente funcionamiento del estado. Es una práctica acometida por trabajadores particulares y funcionarios públicos en el desarrollo de sus labores cotidianas sin perjuicio de a qué estrato económico pertenezcan, ni de que en sus propios hogares vivan en la más absoluta austeridad o limitación económica. 


Incluso llega al mismísimo absurdo y descomedimiento, a veces por políticas sanitarias o empresariales improvisadas y sin mucho fundamento como se ve diariamente en centros de salud, restaurantes y almacenes de cadena, entre otros. El otro día, con ocasión de la compra de una planta en un vivero, el dependiente empezó a empacarla en una bolsa plástica antes de que yo pudiera prevenirle respecto a que no llevaría ningún empaque. Aunque lo detuve al instante, arrojó la bolsa de la forma más indolente a la basura sólo porque ésta se había untado mínimamente de tierra sin importar que estuviera nueva y en perfecto estado, y fuera aprovechable para muchas otras funciones de empacado, incluso para otra planta. Como si los recursos no le costaran a nadie, la gente los despedaza y los tira por la borda en una sorda y despiadada cascada de consumo.


Y no se pierde la oportunidad de saquear ninguna fuente que parezca gratis. Por eso la gente se lleva las mantas, revistas y auriculares de los aviones así como los frascos de jabones, champús, toallas de papel y pantuflas que encuentran en los hoteles sin siquiera necesitarlos, con la excusa de que ya están pagos, de que el pago incluye todo este tipo de souvenires, y que por eso no los pueden dejar. Si se pagaron hay que gastarlos. Y entonces el dinero se convierte en la moneda que valida el derroche innecesario de recursos.


Tal vez todo el malentendido tenga que ver con que en nuestra cultura se han llegado a equiparar los recursos naturales con los recursos económicos; es decir, si se tiene dinero, se pueden comprar los recursos naturales necesarios no sólo para la supervivencia sino también para lo fútil. Si tienes dinero, tienes derecho a derrochar recursos es la conclusión necesaria de esta forma de pensar y actuar tanto a nivel personal como empresarial.


Pero desde el punto de vista de la naturaleza la contabilidad no es así; porque si bien en el mercado se da prelación a quien tiene capacidad de compra, para la Tierra sucede de otro modo. Se puede tener todo el dinero que se quiera, pero eso no hará que crezca hierba entre las dunas. Es decir, quien tenga capacidad adquisitiva puede pagar lo que el mercado ofrece siempre y cuando esos recursos estén disponibles en la naturaleza. Pero si por razones ecosistémicas ellos no están a disposición, ni todo el oro del mundo hará que revienten. 


La naturaleza no obedece a nuestras demandas ni se pliega a nuestra capacidad de compra. Ella brota de su propia gratuidad y es absolutamente magnánima; pero no sabe nada de dinero, de paquetes promocionales, de clientes VIP, de pagos por anticipado, no sabe nada de las transacciones que realizamos sobre ella. Por eso, cada vez que tomas más recursos de los que necesitas, no importa cuánto hayas pagado por ellos, ni cuanto derecho creas que tengas a llevar más de la cuenta, estás abusando de su magnanimidad, y no por portentosa dejará de extinguirse si se exprime sañudamente.  

   

Una interesante campaña para disminuir el desperdicio de comida, reclama que a la Tierra le cuesta mucho producir todos esos alimentos, y que por ende, no hay que desperdiciarlos. Por esa misma vía se enruta esta reflexión. Todo lo que produce la Tierra implica toneladas de energía, agua, biomasa y tiempo, a veces mucho tiempo como en el caso del gas o del petróleo. Así que el malgasto de provisiones es siempre un desconocimiento o un olvido de cuantas variables ecosistémicas se han puesto en juego para producir X o Y recurso, y de cuánto tiempo estarán disponibles.


De modo que trata la Tierra como si fuera tu propia casa porque en realidad lo es. De la misma forma que planificas el gasto y ahorras alimentos, recursos e insumos de todo tipo en tu casa pequeña, ahórralos en tu casa grande. Nunca tomes más de la cuenta en un sitio público o privado, y sé parco de todos modos. No pienses que le estás ahorrando servilletas al dueño del restaurante o café, estás ahorrándole árboles a los bosques. Eso no sólo repercutirá en la disponibilidad de recursos, sino que puede abaratar los costos de muchas empresas y negocios que pueden traducirse en beneficio económico para todos. Es posible que el dueño del restaurante o del café vea el beneficio en el ahorro de servilletas y vasos desechables de todos sus clientes y también decida bajar los precios. Aunque no importa si no lo hace. No importa si decide guardarse en los bolsillos lo que le estás ahorrando en insumos, de todas maneras estás cuidando la Tierra y eso te beneficia directamente a ti y a los tuyos. Es ganancia para todos. 


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