"Vivir al lado de este monstruo es como vivir en el infierno. No se puede comer. Si usted se sienta con una papa o un pedazo de carne, lo primero que come son moscas”*. Es difícil ignorar el S.O.S. oculto en una declaración como ésta. Casi se puede experimentar la revulsiva sensación de tener un cuerpo extraño y viviente en la boca, y la tremenda impotencia, rabia y frustración de quien está inmerso en una tragedia insoluble que igual le supera en magnitud. Si el acto más simple y sagrado para todo ser vivo es ingerir su alimento, y éste se ve envilecido y estropeado por la presencia de plagas que lo sabotean y corrompen ¿Qué es entonces la vida en ese lugar? Un infierno, ciertamente.
Cada día miles de personas en países desarrollados y no desarrollados tienen que soportar pasivamente las consecuencias de vivir en barrios y poblados aledaños a las inmediaciones de un relleno sanitario. Un destino que nadie quiere para sí, pero que por una u otra circunstancia muchos tienen que enfrentar y padecer cotidianamente con todos sus corolarios. Cuántas y cuáles son las secuelas de vivir en una atmósfera cargada de gases pútridos, es algo que conocen bien los directamente afectados; desde enfermedades cutáneas, oftálmicas y respiratorias hasta gastrointestinales y urinarias, componen el cuadro que, según cifras**, son comúnmente atendidas en los hospitales y puestos de salud de las localidades periféricas. Claro que una cosa es decirlo y convertirlo en una estadística, y otra muy distinta padecerlo. Tener que usar gafas oscuras y tapabocas todo el tiempo en tu barrio y en tu propia casa para evitar que el aire contaminado afecte tus pupilas y te arda en la garganta, es estar muy lejos de tener una vida digna; es sencillamente estar siendo víctima de una decisión ajena que te condena a vivir en condiciones infrahumanas consumiendo lentamente tu salud sin que puedas hacer nada para remediarlo.
Y a esta muerte lenta se le pueden sumar aun otras más contundentes, las muertes por conflagraciones, deslizamientos y derrumbes provocados por el invierno, que falsean grandes porciones del relleno y se precipitan a los ríos taponándolos, llevando a su paso a los lugareños desprevenidos. Todo un drama social y humano que hace que la conexión con la tierra se convierta en una tragedia y una fuente constante de zozobra, desdicha y vergüenza para sus moradores; porque el terruño que otrora fue el hogar en el que transcurrió felizmente la niñez y el patrimonio que los padres legaron a los hijos y a las generaciones futuras, es ahora un terreno corrompido, con una atmósfera viciada, un lugar aborrecido e insufrible en el que se tienen que quedar porque sencillamente nadie más lo quiere habitar, ni visitar, ha perdido todo su valor comercial y sentimental. De suerte que el problema no es solamente que los vecinos de los rellenos sanitarios estén padeciendo las consecuencias insalubres de la basura, están siendo además revictimizados al ser social y económicamente segregados, como si no fueran ellos precisamente las víctimas y quienes silenciosamente cargan con los efectos del accionar colectivo.
Es difícil apreciar la magnitud de nuestras acciones cuando sus resultados se producen lejos de nuestra vista y a varios kilómetros de distancia. Enviar camiones cargados con miles de toneladas de basura al relleno sanitario cada día, puede parecer la acción más trivial e incluso cívica del mundo en cuanto impide que las calles y la ciudad en general naufraguen en la basura, pero tiene unas consecuencias y un lado oculto que nadie se atreve a mirar: el hecho claro de que la basura se está acumulando mientras pone en jaque grandes sectores de la población. Claramente, la basura no desaparece porque ahora mismo no esté haciendo parte de tu paisaje, porque no la estés viendo en tu calle; está en otra calle, haciendo parte de otro paisaje, perturbando la vida cotidiana de otras personas, afectando su salud, afligiendo su mente, ensombreciendo su futuro.
Empezar por el drama humano es una buena forma de empezar a visibilizar un problema en tanto que, como humanos, tenemos la posibilidad de empatizar con él, de sentirlo como nuestro. Hoy, muchas comunidades claman No más relleno sanitario en tal o cual lugar o población deseando que las autoridades tomen cartas en el asunto y se lleven el tormento a otra parte. Tenemos que ser capaces de escuchar su clamor y sentir su dolor porque sin duda están sufriendo, y temen con razón las nefastas consecuencias de esa oscura acumulación de residuos; pero tenemos que aguzar aun más el oído para escuchar el mismo clamor en el futuro, el de las comunidades venideras que van a sufrir las consecuencias de su reubicación en otros lugares; debemos tener la sensibilidad para adivinar que en cualquier lugar donde éste se reubique tendrá las mismas y funestas implicaciones. Así que la consigna acertada es No más relleno sanitario en ninguna parte. No podemos trasladarle a nadie esos padecimientos y esa desazón. No podemos tolerar como sociedad que otras personas carguen injustamente con las consecuencias de nuestro consumo. Requerimos acciones inmediatas de parte de las autoridades, de los operadores del servicio, de los industriales y comerciantes, de los ciudadanos en masa, demandamos un cambio de chip para dejar de envenenar la tierra y a sus habitantes, un cambio que se puede hacer con sólo tener la voluntad de hacerlo.
Por el momento, y mientras esas acciones colectivas llegan, hazte cargo de tu parte. Empieza por preguntarte cada día camino al shut de basuras de tu edificio o conjunto, o simplemente al dejar tu caneca llena de desperdicios en la acera, a quién le estás mandando enfermedad, segregación y dolor. Pregúntate a quién estás poniendo a cargar con las consecuencias de tu consumo, y seguidamente pregúntate cómo podrías evitar ese resultado. He ahí un buen comienzo para empezar a solucionar el problema.
*Testimonio de un vecino de Doña Juana, el relleno sanitario más grande de Colombia.
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