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REDUCIR, REUTILIZAR, RECICLAR



Todos hemos escuchado alguna vez la regla de las 3R -reducir, reutilizar, reciclar- popularizada por la organización ecologista internacional Greenpeace como el ABC de la sostenibilidad. De hecho, en muchos supermercados, almacenes y hasta en propagandas institucionales se hace alusión a la misma como una estrategia medioambiental para reducir el impacto que nuestro consumo deja sobre la naturaleza. Y todos la repetimos a diario para asegurarnos de estar aprendiendo bien la lección; incluso desprevenidamente y en cualquier orden, como si diera lo mismo reciclar que reutilizar o reducir, o todas fueran igual de importantes a la hora de cuidar la Tierra.  Pero si en algún ámbito, el principio de que el orden de los factores no altera el producto pierde su validez, es en el ámbito de la sostenibilidad.

 

Para verlo más claramente hagamos un simple ejercicio aritmético con un producto de consumo masivo como las bebidas gasificadas en lata. Veamos:

  1. Si decidimos reducir su consumo, estaremos ahorrando: el agua, los colorantes y el azúcar con los que se produce el líquido; el aluminio con que se fabricaría el envase; la energía empleada para la fabricación de ambos (líquido y lata), el CO2 generado en el transporte, y consecuentemente toda la huella ambiental que esos insumos y procesos generarían (Sin duda, que esta es la opción ecológica por excelencia). 

  2. Si decidimos reutilizar comprando la bebida en envase retornable, estaremos gastando el agua, los colorantes y el azúcar para fabricar el líquido y lavar el envase, así como el CO2 incluido en su transporte; pero al menos estamos ahorrando el aluminio y la energía con que se fabricó el envase.

  3. Si decidimos reciclar comprando la bebida en envase desechable, no estamos ahorrando gran cosa. Estaríamos gastando no sólo el agua, los colorantes y el azúcar para producir el líquido además del co2 para su transporte, sino la energía y demás costos incluidos en el reciclaje de ese envase de aluminio. Desde luego, al reciclar el envase estamos evitando la explotación de más bauxita (mineral con el que se produce el aluminio que es ciertamente un gran contaminante del agua), pero igual gastamos la energía que se necesita para fundir esas latas y formar otras nuevas.

De manera que, si el objetivo es cuidar la Tierra, la triada: reducir, reutilizar, reciclar deba ser en ese preciso orden, esto es, antes de reciclar debes reutilizar, y antes de reutilizar, considerar si se puede reducir. Antes de comprar una máquina reciclable para afeitarte todos los días piensa si la puedes comprar reutilizable; y antes de comprarla reutilizable piensa si puedes evitar afeitarte o al menos reducir tu número de afeitadas. Recuerda siempre que el mejor residuo es el que no se produce. 





Hay quienes critican la adopción de las 3R -en especial de las dos primeras: reducir, reutilizar- como una medida de extrema austeridad que socava el disfrute de la vida al impedir el goce de todas las comodidades que brinda la sociedad moderna. A ese respecto quizás debamos decir que la moderación y la prudencia en el gasto siempre han sido amigas de la vida buena. Ahorrar y cuidar los propios recursos fue el comienzo de una historia próspera para muchas familias en las que el gasto se orientaba a lo realmente importante sin dilapidar el presupuesto familiar en cosas superfluas o desechables, porque veníamos de una tradición enfocada en satisfacer la necesidad y no en crearla. 


De allí que, lo que para nosotros son necesidades, fueron lujos para nuestros antepasados. Algo tan simple como un pañuelo descartable, era algo impensable para una sociedad que usaba pañuelos de algodón para el cuidado personal; llevar la olla al restaurante para traer a casa la sopa del domingo sin siquiera imaginarse la figura de un domicilio o los recipientes desechables en que hoy nos la traen hasta la puerta, era una práctica juiciosa y consuetudinaria. Desde los empaques y la ropa, hasta los electrodomésticos y automóviles, todo era reparado, aprovechado y reutilizado hasta agotar su existencia. 


¿Fue esta vida miserable o austera en algún sentido? No, por cierto. Simplemente se disfrutaba de las cosas aceptando que había que incomodarse un poquito para tenerlas y sabiendo que, en cuanto hechas para durar, podían alargar su vida útil por varias generaciones sin perder un ápice de su valor o esplendor. Era simple y agraciado. Poder vestir el saco o el pantalón que llevó tu hermano mayor era un símbolo de raigambre, de tradición y conservación en una sociedad poco industrializada, teniendo a cambio el gozo y disfrute de una naturaleza limpia, de paseos en ríos cristalinos, de cabalgatas al aire libre, de comida exenta de químicos.


Así que, no hay duda de que orientar la economía a la reducción y reutilización como estrategias para frenar la producción y consumo disparatados es la primera y expedita manera de cuidar la Tierra. Si como sociedad no tenemos claro este orden y no adaptamos la economía más al servicio y la reutilización que a la producción inane de bienes para después tener que invertir recursos y energía en reciclarlos, es muy probable que caigamos en despropósitos que por bien intencionados que sean no dejan de ser despropósitos.


Para la muestra un botón. Cierto día, por casualidad, un ama de casa vecina abrió su refrigerador para enseñarme no recuerdo qué, y estaba repleto de jugos en cajita. Curiosa por la cantidad, le pregunté si le gustaba mucho ese tipo de bebida y de inmediato me respondió que no, que los había comprado porque en el colegio de su hijo estaban haciendo un concurso respecto a qué salón reciclaba más!!! Eso es poner las cosas patas arriba, aunque sea con la mejor intención. Si en lugar de decantarnos por la reducción y reutilización, lo hacemos sólo o primeramente por el reciclaje, la consecuencia obvia es un creciente aumento en la demanda de recursos, agua y energía que acabará colapsando el sistema, porque en lugar de ponerle coto a la sobreproducción de insumos y mercancías los va a demandar para poder mantenerse en funcionamiento. Los residuos son la materia prima de cualquier planta de reciclaje; de suerte que éstos fungirán como la excusa perfecta para revalidar el despilfarro.


De nuevo, esto no significa que el reciclaje no tenga un valor ecológico enorme, especialmente en estos momentos donde la industria de los empaques con sus residuos ha alcanzado literalmente todos los rincones de la Tierra. Pero hay que ser muy cautos a la hora de implementarlo, hay que saber que es un medio para limpiar lo que ya está atiborrado, no una estrategia para perpetuar y legitimar ese atiborramiento. Es a eso a lo que hay que atender.


Muchas expectativas se cuecen hoy día desde distintos sectores de la industria respecto a la posibilidad de llevar el modelo tecnológico hacia un modelo intensivo en reaprovechamiento, recirculando tanto cuanto se pueda sin ralentizar la producción. Cradle to cradle que en español significa de la cuna a la cuna es un trabajo de ingeniería de diseño que, apoyado en la ciencia y la innovación busca garantizar que toda materia prima se mantenga en una perpetua circularidad evitando que vaya de la cuna a la tumba como tradicionalmente se ha hecho. De allí su idílico nombre. Una alternativa que se aparta de la regla de las 3R reducir, reutilizar, reciclar o más exactamente de las dos primeras, apostándole al incesante reciclaje de materia y energía. Una especie de industria imparable, en la que todo sea diseñado para ser desmontado otra vez y así retornar a la tierra como nutriente biológico o como nutriente tecnológico (insumo) para un nuevo producto. Muy interesante sería; pero hasta que no comprendamos bien cómo funcionaría, cuál sería el tipo de energía empleada, cuál la logística de recolección y distribución, el tipo de materiales usados, las consecuencias de esas innovaciones y demás, lo prudente es apuntarle a la mesura.


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