Un arma mortal en tus manos
- Marta Restrepo
- 16 hours ago
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Como herederos de Pasteur, el célebre químico y microbiólogo francés que rehusaba un apretón de manos por temor a contagiarse de microorganismos, hemos crecido en el imaginario de que las bacterias son unos diminutos pero virulentos enemigos de nuestra salud. Y por cierto, que muchos lo son. Las bacterias son responsables de la neumonía, la tuberculosis, la salmonelosis y la meningitis, entre otras enfermedades de alta mortalidad, que cobran millones de vidas cada año. Así que no es gratuito que produzcan el temor que producen y ocasionen una alerta socialmente generalizada que nos hace verlas como adversarios declarados a los que hay que hacerles una guerra frontal. Pero ese es el grave problema de las generalizaciones, que meten en el mismo saco fenómenos totalmente disímiles y hasta opuestos, que nos impiden verlos en su específica singularidad .
Lynn Margulis, la prominente bióloga estadounidense -quizás la más destacada del siglo XX- conocedora como nadie del mundo microbiano, usa una narrativa totalmente diferente y empática para referirse a las bacterias. Las llama señores de la biosfera dada su enorme importancia para el mantenimiento y bienestar de toda la esfera de la vida. Margulis enseña que fueron las bacterias las que comenzaron a utilizar la energía de la luz solar para descomponer las moléculas de agua, obteniendo por un lado el oxígeno de la atmósfera (necesario para la vida) y por el otro, el hidrógeno que más tarde se combinó con átomos de carbono para fabricar DNA, proteínas y demás componentes celulares que hicieron posible formas de vida más complejas. Con su gran talento metabólico, las bacterias pueden fotosintetizar como las plantas, descomponer como los hongos, captar la luz, producir alcohol, ácidos orgánicos como el vinagre, expeler hidrógeno y fijar el nitrógeno gaseoso[1]* (hacer aprovechable el nitrógeno para la mayoría de seres vivos).
Todo nuestro mundo está plagado de bacterias beneficiosas que hacen posible nuestra propia supervivencia en el Planeta. Cada centímetro cúbico de tierra, aire o agua las contiene en millones, y son ellas las encargadas de hacer los ciclos biogeoquímicos o reciclaje natural que mantiene el balance planetario. Las bacterias abundan en suelos y en aguas como en plantas de tratamiento de desechos donde degradan basuras. La regeneración de los ríos, por ejemplo, se produce debido a que sus lechos poseen enormes colonias de microbios especializados en la degradación de materia orgánica, al tiempo que microbios fotosintetizadores y autotróficos (que fabrican su propio alimento) generadores de oxígeno. Lo propio ocurre en el sustrato terrestre donde la presencia de las bacterias es absolutamente indispensable para la agricultura y la producción de alimento. Son las bacterias las que hacen que los nutrientes del suelo estén disponibles para la vegetación al transformar la materia orgánica en dióxido de carbono, amoníaco, nitrógeno, fósforo y sales minerales, sustancias más simples que puedan ser absorbidas por las plantas.
Así que en palabras de nuestra bióloga: “Todas las demás formas de vida dependen de la actividad de incontables bacterias que viven, mueren y metabolizan. Nuestras relaciones con las bacterias que nos rodean tienen que ver con nuestra salud y bienestar y el de nuestros suelos, alimentos y animales domésticos”[1]** Pero no sólo como seres externos a nosotros sino como nuestros constituyentes vitales. Podría decirse que nuestros cuerpos son poco más o menos que extensiones de esas mismas comunidades bacterianas: “Las bacterias son la vida (...) cualquier organismo, o es en sí mismo una bacteria, o desciende por una u otra vía de una bacteria o, más probablemente, es un consorcio de varias clases de bacterias. Ellas fueron los primeros pobladores del planeta y nunca han renunciado a su dominio. Quizás sean las formas de vida más pequeñas, pero han dado pasos de gigante en la evolución”[1]***.
Se calcula que los seres humanos tenemos alrededor de 2 kilos de bacterias en nuestro cuerpo. Si tenemos en cuenta que el peso de una bacteria es despreciable, entonces dos kilos en peso, suponen un número superlativo de cubrimiento en área. Todo nuestro sistema orofaríngeo (oral y faríngeo), gastrointestinal, respiratorio, genital y hasta la piel, están recubiertos de un finísimo tejido o comunidad bacteriana llamada microbiota, que es completamente necesaria para el óptimo funcionamiento del organismo. Tu digestión es posible gracias a las bacterias, tu sistema inmune depende de la salud de tu microbiota intestinal, tu piel puede resistir los embates del clima y la contaminación gracias a la microbiota o flora cutánea; y cuando éstas pierden su balance, empiezan los problemas de salud: enfermedades inmunitarias, alergias, psoriasis, enfermedades del sistema nervioso, del sistema cardiovascular, patologías digestivas y demás, son padecimientos de los que apenas se está descubriendo su relación con la microbiota. La ciencia médica que en realidad es bastante nueva en el estudio de la misma, calcula que se ha perdido alrededor de un 90% de nuestra microbiota o flora bacteriana, lo que supone una pérdida enorme genéticamente hablando[2].
Y el panorama se complica cuando hablamos de la pérdida de microbiota a nivel macro o ecosistémico debido al uso indiscriminado y frecuente de antibióticos y antibacteriales: “Investigaciones recientes apuntan a los efectos del uso actual de los antibióticos y de los agentes antibacteriales, que están cambiando la naturaleza de los microbios en el ambiente y están creando gérmenes que son más difíciles de combatir y eliminando a algunos microbios beneficiosos”[3]. Eso implica serios problemas de salud pública pues por un lado se crean resistencias a medicamentos de uso humano o veterinario bien sea a través del arrojo de excrementos en las aguas sanitarias y de escorrentía de las personas y animales tratados, o porque se arrojan directamente restos de los medicamentos a los propios sifones, donde las bacterias presentes en las aguas residuales los absorben promoviendo mutaciones y generando inmunidad, que deriva en una resistencia al medicamento cuando posteriormente se vaya a tratar la enfermedad en un paciente portador de la bacteria o microorganismo en cuestión. El otro problema de salud pública estriba en el muy importante hecho de que esos antibióticos y antibacteriales por su misma naturaleza bactericida, destruyen indistintamente muchas bacterias provechosas absolutamente necesarias para la buena salud de los ecosistemas.
Teniendo en cuenta nuestra paranoia social, hemos proliferado en el uso de antibacteriales, mucho más, después de haber sufrido una pandemia que parece no habernos dejado claro que los virus no se matan con antibacteriales precisamente porque no están vivos. Así que andamos por el mundo aplicando el “precioso gel” para sentirnos a cubierto de toda amenaza bacteriana. Pero el Planeta no funciona así; las bacterias no son esos enemigos insidiosos y ocultos agazapados esperando su oportunidad para dañarte, sino todo lo contrario, son el alma de la vida individual y planetaria, y cooperan para mantenerte sano y con vida. Se respiran en la tierra, en el aire, en la comida nutritiva y recién preparada, y son una verdadera bendición para tu salud.
Eso no significa que no existan las bacterias patógenas, pero éstas son infinitamente menores en número a las beneficiosas, y en muchas circunstancias podrás hacerles frente incluso sólo con un sistema inmune -compuesto de bacterias provechosas- fortalecido. No tiene ningún sentido lavarse las manos con un jabón antibacterial cuando no se ha estado expuesto a ambientes extremos como los hospitalarios o ciertos lugares públicos concurridos. En casa es totalmente innecesario y desaconsejado el uso de antibacteriales, hipocloritos u otras sustancias químicas cáusticas. Lo único que conseguirás es dañar la microbiota de tu piel así como los microorganismos de los ecosistemas que viven aguas abajo del sifón de tu lavamanos, y por extensión, tu propia salud, que depende de la salud de esos ecosistemas. No podemos hacerle la guerra a las bacterias indiscriminadamente porque eso es hacernos la guerra a nosotros mismos. Si por algún motivo, tienes que usar una de estas sustancias, úsalas con precaución y en pequeñísimas cantidades (con gotero), recuerda que tienes un arma mortal en tus manos.

[1](*) (**) (***) MARGULIS, Lynn y SAGAN Dorion: ¿Qué es la vida?, Tusquets editores, 1995. p. 69-72.
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