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COSTOS EXTERNALIZADOS

¿Recuerdas cuando de niño hacías galletas para vender en tu barrio y sentías que era el negocio más lucrativo del mundo? Sólo un poco de azúcar, harina y mantequilla se convertían en “mucho dinero” con un mínimo de esfuerzo. Las monedas fluían fácilmente a nuestros bolsillos porque las galletas podían ser vendidas a precios mínimos dado que sólo había que comprar tres ingredientes básicos.



En realidad, el negocio no era tan lucrativo; eran tus padres quienes estaban corriendo con los costos ocultos. Eran ellos quienes ponían el horno, los enseres y el papel para hornear, eran ellos los que pagaban la energía, el agua y el jabón, y eran también ellos los que ponían su tiempo y mano de obra para limpiar los desastres que armabas en la cocina. Era su auxilio el que te permitía vender tus galletas a precios super bajos y, por ende, obtener tan fácilmente dividendos. Estabas produciendo subvencionado y, sin su ayuda, tu negocio de galletas probablemente no hubiera sido posible.


De adultos, diríamos que el mundo económico es bien distinto, y muchos de esos costos deben estar contemplados en cualquier empresa si no quiere irse a la quiebra antes de empezar. No obstante, igual que los niños que jugaban a empresarios, los ya empresarios de hoy incurren en la misma ilusión de los chiquillos cuando a pesar de tener contabilizada el agua, la luz, la mano de obra y demás, olvidan calcular en el precio de venta de sus productos el costo de los impactos generados por su actividad industrial, dejándolos pesar directamente sobre hombros ajenos.


Como cuando niños dejábamos que papá y mamá corrieran con el trabajo sucio de limpiar y pagar, muchos de los empresarios de hoy permiten que las consecuencias de su quehacer industrial recaigan sobre terceros. Pongamos por caso uno de tantos renglones de la economía: la industria minera y su alto impacto en la contaminación y degradación de suelos, aguas y atmósfera, que inciden directamente en las comunidades circundantes en forma de enfermedades respiratorias, cutáneas, cáncer y pérdida de la biodiversidad entre otras, circunstancia que la mayoría de los industriales no compensa ni se ocupa de remediar.



Este descuido u omisión en la compensación de los daños generados por la fabricación de un producto o servicio hace parte de lo que se conoce como externalización de costos. Así que en su faceta ambiental, los costos externalizados se definen como el traslado de los impactos negativos de una actividad industrial y/o comercial a los ecosistemas y a las comunidades y personas que dependen de éstos. Los daños que la industria ha generado y sigue generando en las condiciones del aire, el agua y la tierra es algo que afecta la calidad de vida de todos, pero por las que nadie responde.


Ha sido fácil omitir o externalizar esos costos dado que son las comunidades humanas y no humanas las que han tenido que apañárselas para ver cómo paliar sus consecuencias. Pero la pregunta que surge no es cómo ha sido hasta hoy, sino cómo va a ser hacia el futuro, es decir: ¿puede la industria -todas las industrias del Planeta en todos los órdenes de producción- seguir externalizando sus costos ambientales de operación? Es decir, ¿puede seguir produciendo a pesar de los daños que causa en los ecosistemas como si no pasara nada? La respuesta, sin duda, es no. Primero, porque ante la opinión pública su obligación es clara y eso tiene una repercusión directa en su propia reputación y en sus responsabilidades ante la ley; y segundo, porque si ella no evita o compensa debidamente esos daños, más tarde o más temprano ellos incidirán en la calidad y viabilidad de su futura producción. Si los empresarios no son sensatos en el uso de los recursos, es evidente que sus impactos acabarán -entre otros- por dañar los ecosistemas, haciendo imposible su propio quehacer comercial. Ninguna actividad industrial puede tener lugar sin recursos naturales.


¿Cuál es entonces la salida? Internalizar los costos que han estado externalizados por décadas, es decir, incluirlos en el precio de venta del producto. Así, y siguiendo con el ejemplo de la minería, internalizar los costos de producción significa que los minerales metálicos y los no metálicos así como los materiales energéticos y de construcción asociados a la minería deben tener incluido en su precio de venta el costo de haber sido fabricados siguiendo prácticas de explotación y producción sostenibles, prácticas de tratamiento de aguas residuales, de conservación de la biodiversidad, de restauración de áreas afectadas, de promoción del reciclaje de materiales, de limitación de las tasas de extracción y demás, que contribuyan a una minería sostenible. En términos generales, internalizar los costos significa incluir en el precio de venta del producto lo que proporcionalmente costaría dejar los ecosistemas y las comunidades en el mismo estado que si no hubieran sufrido una perturbación.



Desde luego, no se trata de elevar el coste de los productos a precios imposibles ni de iniciar una carrera especuladora para aprovechar la tendencia alcista; todo lo contrario. Se trata de crear una doble consciencia: en el consumidor, la consciencia de que un producto de calidad vale y de que lo más barato no es precisamente lo más responsablemente producido; y en el productor, la consciencia de que el precio de venta del producto debe reflejar su durabilidad y su origen sostenible evitando toda práctica especuladora y abusiva. Todo ello bajo la vigilancia estricta de las autoridades y la veeduría ciudadana, exigiendo que cada producto exhiba un sello de calidad que certifique la veracidad de la información para evitar cualquier falsificación. De lo que se trata es de ser garantes del origen genuinamente sostenible de un producto, y así, de que los consumidores estén dispuestos a pagar un poco más por un producto de calidad, y los productores dispuestos a ganar un poco menos* para respetar la resiliencia (capacidad de compensar las perturbaciones) de la Naturaleza, ambos con el objetivo conjunto de producir y consumir sin expoliar los recursos para la vida.


*Ello por supuesto debería ir acompañado de una nueva ética empresarial. Al respecto te invitamos a leer nuestro post ánimo de lucro y daño ambiental.

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