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EL PLÁSTICO NO SE RECICLA, SE INFRACICLA

Etimológicamente hablando, la palabra reciclar significa volver a hacer ciclos, esto es, describir incesantemente circuitos, sin que haya pérdida de materia ni residuo. En eso la naturaleza es maestra como lo muestran los sucesivos ciclos biogeoquímicos (circulación de elementos químicos entre los seres vivos y el entorno) del agua, del oxígeno, del nitrógeno, del azufre y del carbono entre otros. Este último, por ejemplo, está presente en la atmósfera terrestre como gas carbónico principalmente proveniente de las erupciones volcánicas, y es capturado desde allí por las algas y plantas verdes que, con ayuda de la luz solar, lo transforman en oxígeno y carbohidratos. Ese oxígeno y esos carbohidratos son tomados por los animales para realizar la respiración (devolviendo nuevamente gas carbónico a la atmósfera) y a través de la cadena alimenticia formar sus propios cuerpos y esqueletos. Cuando éstos mueren, una parte se transforma nuevamente en carbono que va al suelo por acción de los descomponedores (algas y bacterias), y otra se va acumulando en la corteza terrestre para formar fósiles y piedra caliza, que acabará penetrando profundo en el manto terrestre, y retornará a la atmósfera en forma de CO2 en una próxima erupción volcánica, cerrando así el ciclo.




De manera que, permitiéndonos una extrema simplificación con fines meramente pedagógicos, podemos afirmar que el carbono adopta las diferentes formas de gas, planta, animal, fósil, gas, planta, animal, fósil y así sucesivamente en una perfecta circularidad, mientras la cantidad de átomos de carbono se mantiene intacta; con lo que la naturaleza se revela como una incesante recicladora de materia.


Si fuésemos a trasladar este modelo biogeoquímico de reciclaje natural a la industria, podríamos decir, contextos aparte, que un objeto o residuo es reciclable cuando sus componentes se pueden transformar sucesivamente en otro producto de su misma especie o de una especie diferente, o hacer parte de un nuevo proceso natural o productivo, sin requerir nueva materia prima y sin que a su vez quede un residuo. En esa dirección podemos poner como ejemplo el reciclaje del vidrio, que puede volver a ser el objeto o envase que fue con sólo fundirse y moldearse, sin necesidad de adicionar más materia virgen. La nueva botella reemplaza a la antigua; de suerte que puedes obtener un objeto nuevo con el mismo sustrato que tenías el anterior. El residuo siempre estará recirculando en un proceso que no tiene entradas ni salidas. Eso es ser realmente reciclable. Sin duda, no es tan perfecto como suena, y genera su propia huella ambiental, especialmente en el tema energético; pero en cuestiones de circularidad, el reciclaje del vidrio imita muy bien a la naturaleza.

 

Con el reciclaje del plástico y del sintético en general, no ocurre eso por más que se nos diga que se puede transformar y, en nuestro imaginario creamos que la huella ambiental que generamos al comprar una botella de agua, por ejemplo, será compensada por obra y gracia del reciclaje. Aunque corrientemente se cree que una botella plástica será convertida en la misma botella y, por extensión, cada producto o cada empaque en el mismo producto o empaque desechado por una suerte de artilugio (y así debería ser, si realmente fuera reciclable en el sentido de hacer ciclos o circuitos); la verdad es otra muy distinta. La botella que estás generando al comprar cualquier líquido embotellado en plástico, no será convertida en otra botella de su misma especie. No puedes esperar que esa botella fundida, vaya a ser moldeada de nuevo como una botella de plástico con las mismas características de brillo, transparencia, temple y demás de la botella original.

 

¿La razón? La degradación polimérica. Con los polímeros sintéticos (y el plástico es uno de ellos) ocurre un fenómeno físicoquímico de degradación, que puede ser natural o inducida, y que consiste en un cambio irreversible en su estructura molecular (una rotura o deterioro de sus cadenas moleculares), que puede darse por diversas causas como las altas temperaturas (degradación térmica), la luz (fotodegradación), los agentes químicos (degradación química) y similares, que acaban afectando su resistencia mecánica, su elasticidad, su apariencia y coloración entre otras[1] [2], y consecuentemente su posibilidad de ser sucesivamente reciclados.

 

En el proceso de reciclaje, los plásticos deben ser sometidos a degradación térmica y química para poder disminuir su peso molecular y proceder a su transformación; lo que implica pérdida de sustancia con cada ciclo de reciclaje y, por ende, limitación en el número de ciclos de reciclado. De suerte que el reciclaje del plástico no es para nada un proceso circular, sino un proceso abierto, con entradas y salidas que implican una constante pérdida de materia y consecuentemente la necesidad de adicionar nuevo material virgen para reponer el perdido.

 

Así que… definitivo, la botella de agua que mandas a reciclaje jamás volverá a ser otra botella de agua. Cuando ella se recicle, será convertida en otra cosa diferente que, igual no podrá reintegrarse a la naturaleza una vez expire. Como ejemplo, puedes pensar en las botellas PET que se reciclan como fibras para textiles, correas, bolsos o empaques para verduras y tortas. Ellas no sólo no reemplazan la botella gastada, sino que cuando esos textiles, correas, bolsos y empaques acaben su vida útil, no podrán ser sometidos a ningún tipo de reciclaje ulterior, y si lo fueran, solamente se estarían acercando más al punto final de degradación del polímero hasta convertirse indefectiblemente en basura. Así que más que reciclaje del plástico, lo que existe es un infraciclaje, esto es, la conversión de un desecho no en otro producto de su misma o de otra especie distinta que pueda ser a su vez reciclado, sino en un producto totalmente diferente, de menor calidad y/o funcionalidad que el anterior, y que igual quedará como desecho.

 

La gran conclusión es que ese reciclaje o mejor infraciclaje, no está supliendo el envase consumido y, por ende, tampoco evitando que se produzca uno nuevo, es decir, no sirve para reemplazar el envase usado, sino que genera un tercer producto, con lo que su mejoramiento ambiental es cero[3]. Ciertamente es mejor usarlo para fabricar otro producto que llevarlo al relleno sanitario de primera opción; pero en términos de contabilidad ecológica el balance sigue generando un pasivo ambiental: un nuevo producto que no reemplaza el anterior, y con cuyo residuo de todos modos tendremos que lidiar cuando acabe su vida útil y vaya a parar al relleno sanitario o al océano (y consecuentemente a la cadena alimenticia, es decir, a nuestros cuerpos), que es el reservorio al que por simple ley de gravedad va a parar toda nuestra basura.



 

Por supuesto, también hay casos en los que se produce una nueva botella que incluye un porcentaje del material reciclado (usualmente un 25 %), pero con la expresa prohibición de ser usada para empacar alimentos debido a las políticas empresariales y gubernamentales de inocuidad. Con lo que tampoco el nuevo envase reciclado reemplaza al anterior ni siquiera en parte. De suerte que la propia normativa también estorba la circularidad del residuo. Problema que no se resuelve con cambiar la normativa y subir los porcentajes, porque si la propia naturaleza de la materia no permite su reciclaje continuo y total por las razones arriba expuestas, no sirve de mucho que lo permita la ley. Así que el verdadero problema del reciclaje del plástico radica en su propia naturaleza. Si siempre tenemos que utilizar resina virgen para reponer la perdida, además de ciertos aditivos químicos que frecuentemente añaden más pasivos ecológicos en el proceso de reciclaje, no solamente no nos desharemos nunca del plástico, sino que cada vez tenderá a aumentar más y más la contaminación con sus nefastas consecuencias para el ambiente, la salud de las personas y los animales[3]. 

 

Como hemos dicho en otro lugar, eso no significa que dejes de reciclar todo objeto plástico con el que te topes. Hay un importante sector de la industria recreando nuevos y atractivos productos que alargan la vida del valioso material, y es nuestro deber ayudarles en esa recuperación. La madera plástica es uno de ellos, y quizás el mejor en cuanto a funcionalidad y durabilidad. Mucho mobiliario, recubrimiento térmico, pisos e incluso vivienda, pueden ser fabricados con madera plástica, lo que la convierte en un producto óptimo del reciclaje. Pero tampoco es eterna, indefectiblemente caducará, y llegará al inevitable punto en que se convierta en basura. Así que recicla todo el plástico que puedas, el que ya se causó, el que a su vez ya haya sido reciclado; pero no compres más plástico nuevo con la excusa de que se recicla, porque eso solamente es echarle combustible al problema.


[3] Freinkel, Susan. Plástico, Un idilio tóxico, Mexico: Tusquets Editores. 2012, p.232.

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